No está descrito en algún decreto, ni tiene carácter oficial, pero todos damos por hecho que hoy es el día en que comienzan las fiestas navideñas. Aquellas que conmemoran el nacimiento hace unos añicos ya, dos mil y algo, de Aquel que venía a poner orden en la podrida sociedad en la que avaricia, lujuria y el resto de pecados capitales campaban a sus anchas entre los habitantes de oriente medio. Afortunadamente, las cosas han cambiado y ahora hemos conseguido un Status quo en el que los intereses generales se sustentan en un amor incondicional al prójimo, en una empatía generalizada y unas ganas de alcanzar el reino de los cielos a través de las buenas acciones y la conciencia social que nos embriaga.
Y es que hoy se ha realizado el sorteo del Gordo de la Navidad. Quien más o quien menos tiene algun decimo de lotería en su cartera al que aferraba sus esperanzas de salir de su cotidianidad. Como locos de envidia (sana) sonreíamos al ver los litros de cava empapar las cabezas de aquellos afortunados y de todos los amigos surgidos, de nadie sabe donde, que aprovechaban el momento para recordar que fueron ellos y no otros, los entes invisibles que desde la distancia les apoyaban de manera incondicional en los momentos de depresión. Como siempre, sonrisa de circunstancia y la copa arriba a su salud.
De ahora en adelante, lo habitual. Quejas de lo caro que está todo en la cola de la carnicería. Aprovechamiento de las extrañas ofertas de última hora y actuar cual Dr Jones en busca de ese regalo imposible que los niños nos había pedido dos meses atrás y que nunca pensamos que se iba a agotar.
Ah, que estábamos flojos de dinero este año. Ya veo, ya.